Introducción
La carrera para alimentar a un mundo en pleno calentamiento
La peor crisis de salud infantil del mundo es la desnutrición. El cambio climático está dificultando aún más la resolución de este problema. Para proteger a niños y niñas de los peores efectos del hambre, debemos invertir en salud mundial.
Cuando los historiadores escriban sobre el primer cuarto del siglo XXI, creo que podrán resumirlo así: Veinte años de progreso sin precedentes seguidos de cinco años de estancamiento.
Esto se aplica a prácticamente todas las áreas en las que trabaja la Fundación Bill y Melinda Gates, que abarcan desde la reducción de la pobreza hasta la matriculación en la escuela primaria. Pero en ningún ámbito el contraste es más evidente o trágico que en el área de la salud.
Entre 2000 y 2020, el mundo fue testigo de un “boom de la salud global”. La mortalidad infantil descendió un 50 %. En 2000 morían más de 10 millones de niños al año y ahora esa cifra se ha reducido a menos de cinco millones. La prevalencia de las enfermedades infecciosas más mortíferas del mundo también se redujo a la mitad. Lo mejor de todo es que los avances se produjeron en regiones donde la carga de morbilidad era mayor. Las regiones en las que más mejoras hubo fueron el África subsahariana y Asia meridional.
Este boom sanitario se debió a varias cosas. Una nueva generación de líderes políticos abrazó el humanitarismo. Cientos de miles de trabajadores y trabajadoras sanitarias se movilizaron por todo el mundo, llevando la medicina de última generación a lugares que los médicos rara vez habían visitado. Pero un factor que a menudo se pasa por alto fue un pequeño, pero crucial, aumento de la financiación.
A partir del año 2000, los países más ricos del mundo empezaron a aumentar de forma constante su financiación para aportar un complemento a los países de ingreso bajo-medio que incrementaron sus propias inversiones en salud. Esta financiación impulsó el trabajo de organizaciones como Gavi —la Alianza para las Vacunas— y el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, que permitieron a los países más pobres acceder a vacunas, medicamentos y otros avances médicos que salvan vidas.
La ayuda es relativamente pequeña. En 2020, los países ricos dedicaban menos de la cuarta parte del 1 % de sus presupuestos a la ayuda, lo que representa un promedio de 10,47 USD invertidos en sanidad por persona en los países más pobres. Sin embargo, esos 10,47 USD marcaron una diferencia notable.
Luego apareció la pandemia de COVID-19, y el progreso se detuvo de golpe.
Actualmente, el mundo se está enfrentando a más retos que en ningún otro momento de mi vida adulta: inflación, deuda, nuevas guerras. Desafortunadamente, la ayuda no está manteniendo el ritmo de las necesidades, particularmente en esos sitios donde más se requiere.
Por ejemplo, más de la mitad de las muertes infantiles siguen produciéndose en África subsahariana. Desde 2010, el porcentaje de personas pobres que viven en la región también ha aumentado en más de 20 puntos porcentuales. A pesar de ello, durante el mismo periodo, la proporción de la ayuda internacional destinada a África respecto al total ha descendido de casi el 40 % a sólo el 25 %, el porcentaje más bajo en 20 años. Menos recursos significan que más niños y niñas morirán por causas evitables.
El boom de la salud mundial ha terminado. ¿Pero por cuánto tiempo?
Esa es la pregunta que ha ocupado mi mente esos últimos cinco años: ¿Será este periodo el final de una era dorada? ¿O acaso se trata sólo de un breve paréntesis antes de que comience otro boom sanitario mundial?
No he perdido el optimismo. Creo que podemos dar a la salud mundial una segunda oportunidad, incluso en un mundo en el que los retos que compiten entre sí obligan a los gobiernos a estirar sus presupuestos.
Para ello, necesitaremos un planteamiento doble. En primer lugar, el mundo tiene que volver a comprometerse con la labor que impulsó los avances a principios de la década de los años 2000, especialmente las inversiones en vacunas y medicamentos, que son cruciales, ya que siguen salvando millones de vidas cada año, con lo cual no podemos permitirnos hacer marcha atrás.
Pero también debemos mirar hacia adelante. La I+D nos está aportando nuevos y numerosos avances potentes y sorprendentemente rentables. Lo único que tenemos que hacer ahora es implementarlos para combatir las crisis sanitarias que más se han extendido por el mundo. Y esto empieza por una nutrición adecuada.
De vez en cuando, se me pregunta qué haría si tuviera una varita mágica. Mi respuesta sigue siendo la misma desde hace años: aportaría una solución a la desnutrición.
Este verano, UNICEF publicó su primer informe sobre la pobreza alimentaria infantil. Las conclusiones son contundentes. Dos tercios de los niños y niñas de todo el mundo, es decir, más de 400 millones, no consumen suficientes nutrientes para crecer y desarrollarse, lo que los expone a un mayor riesgo de desnutrición. En 2023, la OMS calcula que 148 millones de niños sufrirán retraso del crecimiento y 45 millones emaciación, la forma más grave de desnutrición crónica y aguda. Esta les impide desarrollar todo su potencial y, en el peor de los casos, crecer.
Cuando un niño muere, la mitad de las veces es por desnutrición.
Hoy por hoy, la solución a la desnutrición se ve dificultada por el cambio climático. Hemos trabajado con nuestros socios del Institute for Health Metrics and Evaluation (Instituto de Métricas y Evaluación Sanitarias) para comprender mejor esos obstáculos.
Entre 2024 y 2050, el cambio climático supondrá que 40 millones de niños y niñas más sufrirán retraso en el crecimiento y 28 millones más padecerán emaciación.
Estas proyecciones son importantes y deberían informar a los dirigentes de los países sobre las áreas a las que deben dedicar las ayudas financieras con el fin de invertir las tendencias actuales y la creciente carga de la desnutrición.
Obviamente, la lucha contra el cambio climático es crucial. Sin embargo, lo que muestran estos datos es que la crisis sanitaria y la crisis climática son las caras de una misma moneda en los países más pobres cercanos al ecuador. De hecho, la mejor manera de luchar contra los efectos del cambio climático es invirtiendo en nutrición.