La comida es mucho más que lo que ponemos en nuestro cuerpo. A nivel humano, es una parte profundamente importante de nuestra cultura e historia, ligada a nuestro sentido de identidad, familia y comunidad.
En perspectiva, se trata de ver la comida como parte de un "sistema": la forma en que cultivamos, producimos y distribuimos se vuelve logístico, geopolítico, global y profundamente entrelazado con el cambio climático.
En muchas partes del mundo se come de manera diferente a, incluso, hace una o dos generaciones. Mientras más avanzamos en el desarrollo de las tecnologías para comer alimentos cultivados en sitios lejanos, o para elegir pre-envasados y pre-cocidos, las cadenas alimentarias se vuelven más largas y menos estables.
Al mismo tiempo, los más vulnerables sufren, no porque los alimentos escaseen (el mundo produce lo suficiente para alimentar a todas las personas), sino por los factores políticos y logísticos que hacen que sea demasiado caro o difícil de conseguirlos.
Los subsidios agrícolas son una gran parte del problema. Un nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP por sus siglas en inglés) revela que de los US$ 450.000 millones gastados en subvenciones, la gran mayoría de ellos (el 87%) provoca distorsiones de precios y fomenta prácticas que dañan el medio ambiente y benefician de forma desproporcionada a los grandes productores a expensas de los pequeños agricultores.
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