El agua que cubrió calles, se tragó negocios y casas, dejó sus marcas por todos los rincones de Piura. Como un tatuaje marcado con lodo, el agua pintó paredes, árboles y edificios. La mayoría de asentamientos humanos y manzanas de esta región ahora viven una intensa resaca calurosa y seca, repleta de mosquitos y rodeada de basura por todos lados, una resaca que está asfixiando lentamente a la región. Esto ocurre mientras los medios de comunicación se olvidan de la emergencia y los problemas más serios recién han empezado a emerger. Miles de personas están hacinadas en carpas que bajo una temperatura de 32 grados centígrados y un nivel de humedad de 60% se vuelven en verdaderos hornos. Por otro lado están los albergues montados en las instalaciones de planteles educativos, sus habitantes viven una silenciosa tensión pues el 17 de abril de este año empiezan las clases escolares y aún no está claro cuál será el destino de los damnificados que fueron ubicados en estas edificaciones.
En medio de este escenario las enfermedades amenazan como un fantasma, menos ruidoso que los torrentes de lodo que por aquí pasaron y con un potencial de impacto que ya empieza a inquietar a las autoridades que están frente al área de la salud regional.
Para palpar este contexto basta con movernos a cualquiera de los asentamientos humanos que cubrieron las aguas. Por ejemplo “El Indio”, una de las zonas donde la Cruz Roja ha venido trabajando para brindar apoyo a los damnificados. Ingresamos a la casa de una moradora del sector que nos invitó a conocer su casa, en su interior vimos las pocas cosas que pudo salvar de la inundación y que se encuentran sobre el lodo: camas, muebles de sala, cocina, todo está asentado en el barro, de donde emergen mosquitos especialmente en la noche. “No tenemos más, tenemos que quedarnos aquí” nos comenta esta señora mientras acomoda algunos de los artículos que fueron donados por la Cruz Roja. Esta realidad se repite en miles de hogares de donde las personas no han salido porque no quieren perder sus pertenencias o sencillamente no tienen a donde ir.
A cuarenta minutos de ahí, en el distrito de Curamori, el panorama es exactamente el mismo. Las calles tienen montañas de basura, la gente saca los desperdicios de sus casas y al no tener donde ponerlos los cumulan a metros de sus hogares para quemarlos, generando humo tóxico que se expande por toda la vecindad. Entre las casas existen pantanos de agua de 20 o 30 centímetros de profundidad que hierven con el calor y emanan un tufo a cloaca. Al dar una mirada cercana se mira su alto grado de contaminación, repletas de desperdicios, con larvas de mosquitos y algunas incluso con filtraciones de aguas servidas. Son verdaderos focos de infección entre los que están viviendo las personas. El lodo empieza a secarse y se torna en polvo que obliga a sus moradores a caminar con mascarillas. En las ocho provincias de la región la situación es exactamente la misma, un escenario preocupante. Hasta el momento la Dirección Regional de Piura ha reportado 746 casos confirmados de dengue, 54 de chikungunya y 110 de leptospirosis.
El trabajo en salud es urgente, la Cruz Roja Peruana está brindando su apoyo en las comunidades con mayor afectación y albergues en promoción de higiene y sensibilización en métodos para prevención de enfermedades. Por otro lado se ejecutan labores en agua y saneamiento especialmente en albergues. Acciones que deberán sostenerse a largo plazo en las poblaciones afectadas donde el riesgo de contraer alguna de estas enfermedades ya es un hecho y se teme que la situación se agrave. Está previsto que el trabajo de la Cruz Roja se extienda como mínimo por 12 meses más en la zona. Las actividades están ancladas a la gestión interinstitucional con el sistema regional de salud, Gobierno Nacional y organizaciones humanitarias. Un esfuerzo conjunto para ayudar a salir adelante a los damnificados, esfuerzo que a medida que pasa el tiempo se vuelve más complicado debido a las condiciones locales existentes y a la disminución del apoyo nacional e internacional debido a la percepción errónea de que la emergencia ha empezado a desaparecer.