QUITO, Ecuador, 14 de marzo de 2013 (ACNUR) - No siempre una puede sobreponerse a una violación. No siempre cuando se tienen quince años. No siempre cuando lo hicieron una docena de hombres pertenecientes a un grupo armado. No siempre cuando a una el miedo la saca de donde vive y le lleva a cruzar la frontera más cercana. No siempre, aunque, como dice Blanca*, a pesar de lo sufrido, hoy desea superarlo y ofrecerle a su hija un futuro mejor.
“Llegué a un país nuevo y ni siquiera sabía que estaba embarazada. Tenía miedo, de volver, de lo que me había sucedido, y durante mucho tiempo no sabía quién podía ayudarme”, explica esta aún adolescente colombiana que hoy vive en Ecuador, país que acoge al mayor número de refugiados de América Latina, unos 55.000.
Cuando Blanca llegó a Imbabura, provincia andina al norte de la capital ecuatoriana, sólo quería escapar, y desconocía qué era ser refugiada. Pasaron ocho meses hasta que las dificultades para acceder a servicios médicos y el trauma acarreado, la llevaron hasta una oficina de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR. Pero ya era tarde para solicitar asilo, ya que la actual reglamentación ecuatoriana establece como plazo de admisión de solicitudes los 15 primeros días desde la llegada.
“Me daba miedo volver, incluso no quería llamar a mi madre y decirle del embarazo, ya que fue por la violación. Pero también era difícil estar aquí, no podía trabajar y aún hoy sólo trabaja mi madre, que gana 3 dólares trabajando en el mercado. Como no tenemos papeles, toca hacer lo que sea”.
Gracias a la cooperación con organizaciones locales, como la Coordinadora de Mujeres de Cotacachi (ciudad al norte de Quito), Blanca comenzó a tener un apoyo sicológico, social y un acompañamiento que ayudó a superar barreras en este proceso de integración.
“En el hospital de la ciudad donde vivo no me querían atender por ser colombiana. Luego, cuando tuve a mi hija, no querían darme el nacido vivo [certificado de nacimiento]”. Hoy, incluso, no puede registrar a su hija, a pesar de ser ecuatoriana por su nacimiento, dado que como menor de edad colombiana ella aún carece de un documento de identidad. “Estoy esperando a cumplir mis 18 años en junio para poder registrar a la niña”.
Casos como el de Blanca, de violencia en país de origen, se unen a los de miles de mujeres refugiadas y solicitantes de asilo que en el país de acogida siguen viviendo situaciones de violencia.
“La violencia intrafamiliar, explotación sexual, laboral, la violencia patrimonial que viven las mujeres refugiadas exige de un acercamiento integral que enfrente esta vulneración de derechos constante que viven”, explica John Fredrikson, Representante de ACNUR en Ecuador. “Nuestro compromiso es, junto con la sociedad civil y el Estado, ofrecer respuestas ante un contexto de exclusión y dificultades para estas mujeres en el acceso a la justicia y la reparación”.
Respuestas que, como en el caso de Cotacachi o de la ciudad fronteriza de Tulcán, ha permitido la reciente inauguración de dos casas de acogida para mujeres víctimas de violencia. “La cooperación con los gobiernos municipales supone una apuesta decidida para que el marco de protección de derechos sea efectivo tanto para las mujeres ecuatorianas como las mujeres en necesidad de protección internacional”, añade Fredrikson.
Estas iniciativas, parte de la estrategia de ACNUR para la prevención y respuesta ante la violencia sexual y de género, se articulan junto a organizaciones locales experimentadas en la atención a mujeres, como la Red Nacional de Casas de Acogida. Así, se fortalecen servicios de asistencia psico-social, acompañamiento legal y acogimiento en caso de riesgos para la integridad y la vida de estas mujeres y sus hijos e hijas.
Blanca es una de esas víctimas que quizá no queden reflejadas en las estadísticas. A pesar del temor fundado que la obligó a salir, y de los números que atestiguan cómo el desplazamiento forzado llevó a cerca de 12.000 colombianos a solicitar el reconocimiento de la condición de refugiado en Ecuador. A pesar de que la violencia sexual es una temible arma de guerra.
“Espero que, cuando registre a mi hija, pueda arreglar mi situación en el país. A Colombia no puedo volver, y aquí me han ayudado mucho. Hoy me siento contenta de ser madre. Por eso quiero para mi hija un buen futuro. Y dejar atrás todo lo que pasé”.
*Nombre cambiado por razones de confidencialidad.
ACNUR