Mitigar los efectos del calentamiento global es una tarea monumental a la que ya se sumaron más de 400 campesinos que trabajan bajo la batuta del profesor Javier León, de la U. de Nariño.
Javier León es un tipo que sabe escuchar. Un hombre tranquilo y también pragmático. Disciplinado. Amable. Sumando y restando, parecen las cualidades ideales para un profesor e investigador que necesitaba convencer a más de 400 campesinos en el departamento de Nariño de embarcarse en un proyecto para proteger los páramos de la región y de paso atacar el cambio climático.
En 2005, cuando comenzó a trabajar en proyectos de extensión universitaria, visitó municipios y montañas a lo largo y ancho del departamento. Corroboró con sus propios ojos que el crimen ya estaba consumado en los páramos. Grandes extensiones habían sido arrasadas por los cultivos de papa y los pastizales para ganado, amenazando las fuentes hídricas y a largo plazo también la seguridad alimentaria.
Pero donde otros sólo veían problemas, León comenzó a ver soluciones. Pensó que todos esos campesinos que eran señalados como depredadores de los páramos podrían convertirse con un poco de esfuerzo en un ejército para combatir el calentamiento global.
Una convocatoria del Ministerio de Agricultura para proyectos que ofrecieran soluciones en el área de cambio climático y sistemas productivos fue la excusa perfecta para ponerse en acción. León invitó a sus estudiantes de posgrado en la Universidad de Nariño a trabajar juntos. Diseñaron un proyecto para cuatro municipios (Guachacal, Cumbal, Pupiales y Pasto). La idea básica era elaborar un inventario preciso de las fincas y luego implementar sistemas agroforestales.
Tendrían que medir extensiones de tierra, contar aves, contar especies de flora y fauna, contar el ganado. Luego cultivarían, con la ayuda de los campesinos, las nuevas especies forestales. Si convencían a la gente de sembrar especies como acacias, botón de oro, alisos, entre otras, estarían solucionando dos problemas a la vez. Por un lado, alimentar el ganado con especies que hacen menos daño al páramo. Por otro, comenzar la captura de carbono que hoy circula en la atmósfera y es uno de los gases responsable del cambio climático.
Tres años después, León se siente satisfecho del trabajo realizado. La mejor prueba del éxito es que Corponariño, la corporación autónoma en la región, ya los invitó a extender el proyecto a otros siete municipios y también lograron atraer el interés de lecherías como Colanta y Alquería.
“Les hemos propuesto que compren la leche a estos campesinos a un precio mayor que el de otros. Así estimularían la protección del medio ambiente”, cuenta León. Las lecherías estudian la propuesta y por ahora intentan establecer cuál podría ser ese precio y de qué manera implementar el mismo proyecto en los departamentos vecinos.
Pero una tarea permanece pendiente. León viajó a Estados Unidos invitado por la organización Partners of the Americas para conocer las metodologías que se están desarrollando para medir la captura de carbono. “Si logramos medir la huella de carbono de estas fincas y cuántas emisiones se ahorran por el uso de sistemas agroforestales, podríamos participar en mercados de carbono”, asevera.
Mientras esos mercados se consolidan, León no deja de pensar nuevas ideas. Ahora se le ha metido en la cabeza que quiere ayudar a los campesinos a crear mejores huertas en las fincas que les brinden una verdadera seguridad alimentaria. Cuenta León que “la idea es darles todo a los campesinos, las herramientas, las semillas, incluso enseñarles nuevas recetas para que preparen sus comidas”. Pero sin olvidar, dice, que se trata de un intercambio de conocimientos, que ellos conocen mejor que cualquiera la fórmula para devolver a la naturaleza lo que se le arrebató en las últimas décadas.