
El 2 de febrero de 1990, en un discurso que pasó a la historia, el Presidente Frederik de Klerk se dirigió al Parlamento de la República de Sudáfrica.
“La época de la violencia ha terminado. Ha llegado la hora de la reconstrucción y de la reconciliación”. “Ha llegado la hora de la negociación”.
Con estas palabras, el Presidente de Klerk anunció que su gobierno abriría negociaciones con Nelson Mandela, el líder encarcelado del Congreso Nacional Africano. Un hombre que muchos de sus conciudadanos y la mayoría de los parlamentarios a quienes se dirigía consideraban un terrorista.
No por eso de Klerk se cayó: “Invito a todo líder político, a todo líder comunitario, dentro y fuera del Parlamento, a abordar las nuevas oportunidades que están siendo creadas en el país”.
Y agregó: “El bienestar de todos en esta Nación está inextricablemente ligada a la habilidad de sus líderes de llegar a un acuerdo sobre una nueva visión de país.”
Alistándose para lo que terminarían siendo cuatro difíciles años de negociación, Klerk sabía que transformar a su país sería imposible sin el apoyo de una amplia coalición política. Una coalición que uniera tanto a sus aliados como a sus rivales. En torno a la convicción que la hora de construir una nueva Sudáfrica había llegado.
A pesar de las muchas diferencias entre la Sudáfrica de los años 90 y la Colombia del 2016. Pienso que la importancia de construir una amplia y poderosa coalición política comprometida con un proceso de transición es también relevante para la actual encrucijada colombiana.
En lo que sigue, explicaré porque los retos de la construcción de paz en Colombia, tras la muy probable firma de un acuerdo entre el Gobierno y las FARC-EP, en mi parecer, hacen necesaria una tal alianza. Primero me enfocaré en el desafío que representa implementar los acuerdos sustantivos de La Habana. Acuerdos altamente ambiciosos que retan a las instituciones del país a construir bienes públicos donde no los hay y a extender el Estado civil, el Estado social de derecho, a todo el territorio nacional y a resarcir los derechos de 7 millones de víctimas. Luego hablaré del reto de la reconciliación en Colombia.
Concluiré sugiriendo que enfrentar estos dos retos no puede ser la tarea de un solo líder, gobierno o fuerza política. Y que por eso es necesario empezar hoy. Ya. A concertar una más amplia coalición comprometida con una Colombia en paz. Empezando con la implementación de lo acordado, específicamente con la implementación de los puntos 1. 2. 4 y 5 de la agenda de La Habana: Reforma rural. Participación política. Drogas ilícitas. Y víctimas.
Los acuerdos alcanzados hasta la fecha son sumamente ambiciosos. Su propósito es el de transformar las causas raíces del conflicto armado y los factores que después de 50 años lo siguen alimentando. Con este objetivo en mente, los acuerdos de La Habana se enfocan, ante todo, en solucionar el problema de la presencia diferenciada del Estado civil en el territorio colombiano. Una presencia diferenciada tanto en términos físicos como en términos de desempeño.
Según el Alto Comisionado para la Paz, el doctor Sergio Jaramillo, esta diferenciación ha limitado la capacidad del Estado de producir bienes públicos y satisfacer los derechos constitucionales de todos los colombianos en todo el territorio.
Esa misma presencia diferenciada es la que ha permitido que grupos al margen de la ley y economías ilícitas como el narcotráfico, la minería ilegal y el contrabando hayan podido prosperar en muchas zonas aisladas y rurales del país.
Los acuerdos de La Habana buscan hacer frente a esta situación. El acuerdo parcial sobre Reforma Rural Integral llama, entre otras cosas, a reconstruir y ampliar la red de vías terciarias en el campo. A extender la electrificación. A crear mercados. A garantizar el acceso a la educación. A la salud. A la vivienda digna y al agua potable en áreas rurales. A mejorar el acceso y el desempeño de la justicia en estas zonas.
El acuerdo sobre la solución al problema de drogas ilícitas, a su vez, llama a implementar un extenso programa de sustitución de cultivos que tiene que llegar a cerca de 62.000 familias campesinas que dependen de este cultivo.
El acuerdo sobre Participación Política prevé mecanismos para aumentar la participación en la administración de los territorios y fortalecer el control ciudadano sobre la gestión pública.
En resumen. Los acuerdos llaman a un Estado civil eficaz, transparente e inclusivo, capaz de proveer bienes públicos y crear oportunidades de vida digna para sus ciudadanos. Un Estado que haga presencia en todo el territorio nacional y en particular en sus zonas más remotas y olvidadas.
Esta es una tarea colosal que no se ha podido completar en los últimos 200 años ¿Se podrá lograr en los próximos diez? ¿Las instituciones colombianas existentes, tanto las nacionales como las territoriales, estarán a la altura de implementar cambios tan ambiciosos? ¿Tendrán la capacidad? ¿La voluntad? ¿Los recursos? ...
La respuesta a estas preguntas dependerá en gran medida del compromiso de la clase política del país. Un proceso de tan largo aliento y de una escala tan grande fácilmente puede ser descarrilado por las dinámicas inherentes a cambios de gobierno, a ciclos electorales, a las inevitables emergencias y nuevas prioridades en la agenda nacional.
Por eso, la única forma de tratar de garantizar que esta agenda sea implementada es a través de una amplia coalición política comprometida, no solamente con la paz como principio, sino también en cómo hacer realidad el propio contenido de los acuerdos.
Una poderosa alianza político-social entre aquellos sectores que entienden que el compromiso reflejado en los acuerdos es el camino más factible y más realista para construir un país en paz.
El segundo reto de la construcción de paz es menos tangible, menos concreto. Pero no por eso menos importante. Se trata de la construcción de una cultura de reconciliación, de convivencia, de tolerancia y de no estigmatización en el país. Como dijo hace poco Humberto de La Calle: cambiar las mentes, limpiar y reescribir la neuronas.
Es cierto que en un país donde reina el Estado de derecho, donde todos los ciudadanos tienen acceso a bienes públicos, es más fácil generar cooperación y convivencia. En ese sentido, avanzar con los acuerdos sustantivos de La Habana, en sí ayudaría a reparar el tejido social en muchas comunidades del país. Sin embargo. Como muchos ejemplos en el mundo lo demuestran, la reconstrucción por sí sola no lleva a la reconciliación.
Los Balcanes, por ejemplo, son una región que ha sido en gran medida reconstruida. No obstante, muchas comunidades siguen divididas por el rencor y el miedo. En la pequeña ciudad de Mitrovica, en el norte de Kosovo, un único puente une al lado serbo de la ciudad con el lado Albano. Nadie cruza ese puente. Casi 20 años tras el silenciamiento de los fusiles, la reconciliación no ha llegado a Mitrovica.
La guerra en Kosovo duró solo un año. ¿Cómo será la reconciliación en Colombia donde la guerra ha durado más de cinco décadas?
La experiencia del M-19 nos da unas pistas no siempre alentadoras. 20 años tras su desmovilización y a pesar de que algunos de sus ex integrantes han asumido prominentes cargos en la vida pública del país, expresiones de desconfianza e intolerancia hacía ellos se siguen escuchando en ciertos círculos, tanto en público como en privado.
Esta estigmatización e intolerancia van en contra de la esencia de la reconciliación. Lo que los opositores políticos chilenos Hernán Larraín y Ricardo Núñez llamaron “el entendimiento dentro de la diferencia”, la posibilidad de reconocer la dignidad humana en aquel que piensa distinto a uno y compartir elementos de una visón común para un país mejor, mas allá de las legítimas diferencias políticas y sociales.
¿Cómo lograr este reconocimiento en un país que ha sufrido tanta guerra? ¿En un país en el cual las traumas, los odios y miedos han sido pasados de generación en generación?
Como lo prevén los acuerdos de La Habana, habrá que multiplicar espacios de encuentro y de diálogo entre personas y sectores que piensan distinto. Habrá también que implementar, como enfatizó el Presidente, amplios programas de pedagogía para la paz. Esto es algo que muchas organizaciones, especialmente a nivel local, ya vienen haciendo desde hace tiempo.
La búsqueda y el reconocimiento de la verdad, la justicia y la reparación – todas medidas previstas en el histórico pero sumamente ambicioso acuerdo sobre víctimas – también serán fundamentales.
Todos estos esfuerzos, sin embargo, no lograrán irrumpir en la reconciliación si los líderes nacionales no cambian ellos mismos su discurso y comportamiento.
En una Sudáfrica dividida por el racismo, la intolerancia y el odio, solo hasta que dos hombres, el Presidente de la República y el líder de la más importante organización opositora empezaron a hablar de dignidad humana, de libertad y derechos humanos fue que situaciones de paz comenzaron a emerger. Transformándose ellos mismos en ejemplos, el Presidente de Klerk y el quien sería el primer presidente negro de Sudáfrica, el difunto Nelson Mandela, lograron desafiar los imaginarios dominantes de una Nación. En vez de un país dividido entre “nosotros” y “ellos”, un país divido entre opresores y oprimidos, entre terroristas y gente de bien, empezaron a construir un país de sudafricanos.
El ejemplo es de Mandela y de Klerk. Pero también el de Menachem Begin y Anwar Sadat y más recientemente, el de Barack Obama y Raúl Castro, muestran el rol critico de los líderes nacionales en forjar el camino hacia la reconciliación, cambiando la retórica, cambiando la narrativa y el imaginario público del opositor.
Las fuertes críticas a las cuales fue sujeto el Presidente Juan Manuel Santos el año pasado cuando llamó a sus conciudadanos a “desescalar el lenguaje” también nos mostraron que no basta con que solo unos líderes estén llamando a cambios de mentalidad. Se necesita una masa crítica de líderes. Una coalición de líderes de distintos sectores y orientaciones políticas que puedan rechazar la estigmatización y la deshumanización, no importa de donde provengan.
Y esto no va ser fácil. En Sudáfrica, el Presidente de Klerk llamó a la reconciliación cuando empezaron los diálogos. En Colombia ahora hacia el fin de las negociaciones, hay un creciente número de líderes abogando para la reconciliación. Además, empieza en apenas dos años otro proceso electoral con toda la violencia de la palabra que esto significa.
Para concluir, tanto la implementación de los acuerdos sustantivos de La Habana como la construcción de una cultura de paz necesitará el compromiso de líderes visionarios y valientes. De líderes que reconozcan que ha llegado el momento de sacar a Colombia de sus interminables ciclos de violencia. Y de líderes que entiendan que lo que el Presidente de Klerk llamó “petty politics”, politiquería, no puede poner en riesgo el derecho de futuras generaciones de colombianos de vivir en un país en paz.
Pero más que líderes individuales, la transición hacia un futuro en paz requerirá de un pacto nacional. De una amplia y fuerte coalición política comprometida no solo con la idea de la paz, sino con la implementación de los acuerdos de La Habana y con el rechazo de la estigmatización y la intolerancia. Una amplia y poderosa coalición política que pueda resistir a la polarización de ciclos electorales y recordar a futuros gobiernos su obligación histórica con la paz.
Hace ahora 26 años, el Presidente de Klerk entendió que Sudáfrica necesitaría una coalición para evitar caer en la guerra civil. Por eso, en su discurso del 2 de febrero 1990 al Parlamento sudafricano, el Presidente recordó a sus aliados y rivales: “La historia le ha impuesto al liderazgo de este país la tremenda responsabilidad de alejar a nuestro país de su camino de conflicto y confrontación. Solo nosotros, los líderes de nuestro pueblo, podemos lograrlo. Si fallamos en ello, se nos reprochará para siempre.”
Lo mismo me atrevo a decir: Puede ser cierto en Colombia. Y quiero terminar con unas palabras con las cuales el ex Presidente de Klerk empezó su discurso hoy en la mañana:
“Peace is within your grasp” “Peace is worth all the sacrifice”: "La paz está a su alcance". "La paz merece todos los sacrificios".
Gracias.
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Elizabeth Yarce
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