CARTAGENA, Colombia, 4 de enero (ACNUR)
- Las olas azules, la arena blanca y la suave brisa son lo que atrae a los turistas a las playas del Caribe de Colombia. =BFPero ven a ese hombre alquilando sillas a los turistas? No fue un idilio tropical que lo condujo aquí, sino la esperanza de encontrar la seguridad.
La madre de Eliécer fue asesinada hace 14 años en la región de Urabá, en el norte de Colombia, cuando se opuso a los grupos armados irregulares quienes trataron de robar su ganado. "Al principio me mudé a otra región, Sucre, donde podía seguir viviendo mi vida como agricultor", recuerda el hombre. "Sin embargo, dos años después, la violencia llegó también a Sucre. Fue entonces que decidí venir a Cartagena".
Cada semana llegan a Cartagena nuevas familias de diferentes zonas afectadas por la violencia en Colombia. Eliécer y otras personas desplazadas encontraron un lugar donde quedarse y crearon un asentamiento en las afueras de la ciudad.
Al igual que muchas otras personas desplazadas forzadas a abandonar su tierra, el =FAnico lugar que pudieron encontrar fue el que nadie más quería: cuando llegaron, en la zona no había electricidad ni otros servicios p=FAblicos, porque las autoridades municipales dijeron que estaba sujeta a inundaciones y la propiedad de los terrenos no estaba definida. Las personas desplazadas como Eliécer tenían incluso que comprar el agua en baldes.
Eso ha cambiado con el tiempo y el gobierno local ahora proporciona el agua y la electricidad. Eliécer y otras 118 familias desplazadas que formaron su propia organización se han convertido en expertos en defender sus derechos, gracias a la capacitación proporcionada por el ACNUR sobre los derechos de los desplazados.
"Sucede a menudo que tengamos que decirle a las autoridades locales lo que la ley prescribe con respecto a los desplazados internos", dice uno de los miembros de la organización de Eliécer. Asimismo, ellos educan a las familias desplazadas para que puedan beneficiarse de los programas especiales del Estado.
La inmensa mayoría de los miembros del grupo son mujeres. "Eliécer es un caballero", dice Ana, una colega. "él sabe cómo lidiar con la gente, es respetuoso y sobre todo sabe mucho sobre la organización y sobre las leyes y derechos".
Además de su labor de promoción, Eliécer lucha cada día, al igual que muchos de los campesinos desplazados de Colombia, para apoyar a su familia en la ciudad. El alquiler de sillas de playa aporta ingresos modestos y su esposa no ha encontrado un empleo en cuatro años.
"Ella estaba allí cuando mi madre murió y desde entonces ha tenido la presión arterial alta", dice. "De alguna manera, en los =FAltimos años eso ha afectado los riñones y ahora necesita un tratamiento de diálisis cada dos días."
En estos días, hay rumores de que algunos inversionistas de bienes raíces están interesados en esos mismos terrenos que una vez nadie quería, aquellos que Eliécer y sus amigos desplazados llaman su hogar. Pero, después de haber perdido su casa ya dos veces en su propio país, Eliécer se mantiene firme.
"Fuimos desplazados antes", dice con determinación. "Ahora nos vamos a quedar. Tenemos el derecho".
Por Gustavo Valdivieso en Cartagena, Colombia