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Colombia

Colombia: ¿Cuál conflicto armado?

Alejandro Angulo

Uno de los debates actuales en el país versa sobre si hay o no conflicto armado en Colombia, a pesar de que los hechos son claros, como que los muertos entre enero y junio del 2004 fueron 678. Si se añaden las desapariciones que terminan en muerte y las amenazas que se cumplen dentro de plazos diversos, además de los 154 heridos, las dudas que todavía pudieran existir se disipan y el debate sirve más para identificar las estrategias políticas por parte del gobierno colombiano que consideran los derechos humanos como artículo de lujo. Es una actitud preocupante.

Por otra parte, esa negación del conflicto armado no se observa tan sólo en las declaraciones del gobierno colombiano. Si uno visita los grupos que están siendo víctimas de la dominación por alguno de los actores armados, tampoco los escucha hablar de la guerra. En este caso no hay interés en negarla, pero sí en callarla. Esta actitud es a=FAn más preocupante, porque traduce la desconfianza que se va apoderando de las veredas y barrios periféricos de las ciudades. Tal desconfianza es el mejor índice del terror que los guerreros usan como arma para lograr sus objetivos políticos y revela de forma indirecta que la insurgencia o la contrainsurgencia han coronado sus objetivos de dominación territorial, no obstante las bravatas del gobierno sobre sus reconquistas militares. La creciente polarización de la opinión p=FAblica es otro indicio elocuente. La guerra está más viva que nunca. Esto no es menos preocupante.

La coincidencia objetiva entre las dos actitudes de ignorancia, afectada por los funcionarios oficiales, y de silencio preñado de implícitos, por parte de las poblaciones pobres, deja graves cuestionamientos acerca de las posibilidades real de la paz colombiana. =BFEstán las guerrillas dispuestas a negociar la paz, sin alg=FAn reconocimiento de sus pretensiones de reforma social?. Y el gobierno al negarse a ello e insistir en que no pasan de ser bandas de terroristas, =BFno se empecina en negar las circunstancias de pobreza y abandono en que viven numerosas poblaciones en el territorio colombiano? =BFLa negativa del gobierno no es, pues, un mal augurio porque nadie cree que las guerrillas puedan ser derrotadas por un ejército regular, mucho menos por un ejército campesino de cuya preparación y voluntad quedan serias dudas?

La derrota de las guerrillas por parte del Ejército y de los civiles armados tendría ciertas probabilidades si de veras la población repudiara la causa guerrillera y estuviera dispuesta a derrotarla de veras. No parece ser este el caso seg=FAn se puede apreciar en la actitud de silencio frente a los desmanes de los guerreros. Si el terror vence al repudio y el resultado es una aceptación pasiva y resignada de las circunstancias creadas por la fuerza de las armas, quiere decir que existe una manera de convivir con el actor ilegal de turno, preferible a sumarse a las fuerzas del orden. Los pueblos indígenas han demostrado que existen otras respuestas más eficaces que el silencio.

Es esta =FAltima sospecha la que el gobierno colombiano nunca ha querido considerar en serio porque parte de la premisa errada de que la población está de acuerdo con lo que sus funcionarios representan. =BFAcaso no votan regularmente cuando la guerrilla no lo impide o el paramilitarismo lo impone? =BFAcaso no lo esperan todo de la administración p=FAblica?

Lo que pocas veces se expresa y siempre en tono menor en los medios de comunicación de la dirigencia colombiana es que ese pueblo está aterrorizado no solamente por la insurgencia y la contrainsurgencia ilegal, sino que también lo está por la llegada del Ejército Nacional y por los abusos de muchos de sus comandantes locales, cuyos métodos, en demasiadas ocasiones, no alcanzan ellos a distinguir de los de los actores ilegales. A lo cual se suma que ese juego electoral no inspira confianza sino que es otro modo de convivir con actores armados de promesas incumplidas. Y esto es a=FAn más preocupante que todo lo anterior.

En esa diferencia entre las fuerzas legales y las de la ilegalidad y en esa promoción de los derechos económicos y sociales está la clave de la reconquista de su territorio por parte del Estado actual. Borrar esa diferencia es acabar con la legitimidad de dicho Estado. Y esa es precisamente la preocupación de los defensores de los derechos humanos que ha sido tan mal interpretada y tan mal recibida por una parte importante de la dirigencia colombiana y de las mismas fuerzas armadas cuyo beneficio se busca.

alejandroangulo@cinep.org.co