Yolanda Hernández es una mujer de la tercera edad que perdió su vivienda al igual que centenares de familias afectadas por los incendios forestales de Valparaíso. Vive en el albergue Escuela Grecia y es beneficiaria de la Cruz Roja Chilena. “Hemos creado un vínculo muy fuerte con los voluntarios”, cuenta mientras descansa sobre un colchón con cobijas y sábanas que le fueron donadas. “Las personas de la Cruz Roja siempre están pendientes de nosotros, tenemos toda la confianza para hablar con ellos, son nuestros amigos”. Ella vive con su pareja, Don Alfredo Maskenna, quien la acompaña y la apoya en todo.
Vivían en el Cerro La Cruz, con la única compañía de un gato y dos perritos, los cuales no alcanzaron a escapar de las llamas. A pesar del terrible suceso Yolanda mantiene su temple y alegría. Ella prefiere verle el lado bueno de las cosas y su alegría se riega por todo el albergue. “Lo importante es que estamos sanos y no nos ocurrió nada, todos los días le doy gracias a dios por ello” comenta.
Su esposo, un hombre activo y de un gran sentido del humor bromea mostrando un par de muñecas que están debajo de las cobijas “Son nuestros hijos” dice mientras suelta una gran carcajada. “Ya es hora de que se duerman”.
Son más de las 9 de la noche y las personas del albergue se disponen a descansar. El sitio está lleno de voluntarios de distintas organizaciones que se han sumado al apoyo de los damnificados. Chile entero tiene puesto sus ojos en Valparaíso, y la ayuda viene por todos lados: voluntarios, alimentos, cobijas, frazadas, ropa… Hay una gran preocupación por los hermanos afectados.
Pero esta realidad es totalmente distinta a la que se vive en los cerros. Muchas personas han preferido quedarse en sus terrenos y no salir por miedo a que sean invadidos. “Yo preferí bajar a los albergues, en el Cerro me da miedo deprimirme. Aquí estoy calientita y me siento protegida”, dice Yolanda. En los cerros las personas se las han arreglado para vivir, unos lo hacen con carpas, otros cuyas viviendas sobrevivieron a las llamas permanecen en zonas que están desoladas y en ruinas. Yolanda es una de las pocas personas que optó por vivir en estos lugares de acogida donde el viento helado y el polvo no la aflige, pero sí el malestar de no tener claro cómo reconstruirán sus vidas y sus viviendas.