El Alto (La Paz), 16 oct (Ana Fabiola Barriga / ABI).- Cinco años pasaron desde aquel 17 de octubre de 2003. Ese día, miles en las calles de La Paz y millones en las distintas regiones del país lograban la renuncia de quien había ordenado una sangrienta represión al pueblo: Gonzalo Sánchez de Lozada, quien, hoy refugiado en Estados Unidos, espera que el manto de impunidad cubra los crímenes a él atribuidos.
Esa es también la percepción de las víctimas tras el largo proceso judicial que lleva adelante la Corte Suprema de Justicia, marcado de dilaciones singulares que a cinco años de esa matanza pusieron en riesgo la demanda de justicia que tropieza, seg=FAn los impulsores de ese juicio, con la complicidad de un sistema judicial conformado al amparo del viejo poder político.
Las cifras de organismos defensores de los derechos humanos señalan que 65 personas murieron en la masacre, otras nueve en los siguientes meses al no poder superar las graves secuelas de sus heridas y al menos 400 heridos.
Este viernes 10 de octubre, familiares de las víctimas recordaron a sus seres queridos con una misa en la sede de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) de El Alto.
El homenaje, inundado de dolor y resignación ante la impunidad con la que se ha manejado el juicio de responsabilidades para los autores de tan lamentables hechos, fue un acto de protesta, pero también de rebeldía contenida por la refundación de una Bolivia solidaria y justa, inclusiva y no discriminadora.
Mientras se aprestaban a recibir la bendición final del sacerdote, la presencia reducida de familiares de las víctimas de aquellos fatídicos días de octubre, inundó el ambiente.
Entre ellos se encontraba Luis Alfredo Castaños Romero, un joven de 28 años que perdió la pierna derecha a causa de una bala de guerra que le atravesó en cercanías de la planta de Senkata aquel 12 de octubre de 2003.
Ese día se aprestaba a salir un convoy de cisternas llenas de gasolina, denominado "el convoy de la "muerte" custodiadas por policías, militares y tanquetas de guerra con destino a la ciudad de La Paz.
"He perdido mi pierna, me han baleado en Senkata el 12 de octubre; yo estaba en la calle, era inocente, no estaba bloqueando. Ya han pasado cinco años y todavía no sé que hacer, yo antes trabajaba de albañil, me ganaba bien no más, pero ahora ya no puedo hacer nada", comenta acongojado.
Mientras todos los familiares y dos de las cuatro víctimas que quedaron con severas secuelas por impactos de balas de guerra se trasladan en dos buses hacia los cementerios de los barrios de Villa Ingenio y Villa Santiago I de la ciudad de el Alto para visitar los mausoleos donde están sepultadas las víctimas de la violencia; Luis Alfredo va contando cómo cambió su vida tras aquel trágico día.
"Sigo con la misma tristeza, con la preocupación de mi salud también, ya han pasado cinco años y no se sabe nada, pero como dice nuestro abogado ya se han notificado a 15 personas y ahora sólo esperamos que nos ayuden para hacer el juicio", comenta esperanzado en que alg=FAn día Bolivia se imponga a la impunidad.
Camino hacia la visita del primer cementerio, en Villa Santiago I, un lugar muy cercano a la Ceja de el Alto, Luis Alfredo explica que en ese lugar se encuentra enterrada su pierna. "En ese cementerio hemos enterrado mi pierna", dice.
Ya en el lugar, los familiares homenajean a las víctimas ofrendándoles un arco de flores y elevando plegarias para que los responsables sean extraditados y juzgados con todo el rigor de la ley.
Luis Alfredo recuerda que a raíz del accidente conoció a las viudas y familiares de las víctimas fatales, con los que conformó la Asociación de Familiares de las Víctimas de la Masacre de Octubre Negro.
Su mayor preocupación son las preguntas de su pequeña hija de cinco años, a quien dice, no sabe cómo hacerle entender lo que pasó, a quien sólo trata de no traumar psicológicamente para que no crezca con resentimiento.
"Mi hijita ya se ha dado cuenta, esa vez tenía un mes de nacida, ahora ya tiene cinco años y me empieza a preguntar: 'papá que ha pasado, por qué estas así', yo no sé qué decirle ese rato. A veces le pregunta a su mamá: 'mami, por qué mi papá no tiene su pierna' y su mamá ya se pone a llorar, no sabe qué decirle, yo mismo a veces me pongo triste, quisiera llorar, pero no quiero decepcionarme, quiero salir adelante", explica.
Ya camino al cementerio de Villa Ingenio, lamenta que desde que pasó el accidente, ni sus familiares se hayan acordado de él para colaborarle y, por otra parte, que en el trabajo que consiguió en la Prefectura a raíz de un compromiso del Gobierno de ese entonces, la gente contin=FAe discriminándolo, queriendo humillarlo por el simple hecho de no ser bachiller.
Para Luis Alfredo, en el transcurso de cinco años no hubo justicia en Bolivia, pero sólo pide a Dios que alg=FAn día esa justicia añorada por todos pueda hacer efectiva con la extradición y posterior enjuiciamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Sánchez Berzaín.
"Que vengan, que vengan aquí a responder por los daños; yo quisiera sentarme en frente de ellos, en frente de Goni para mostrarle mi pierna, cómo se va a sentir él viendo eso y tengo pruebas, tengo mi foto de cómo estaba mi pierna ese día. Quiero justicia, que nos ayuden a hacer justicia", demanda.
A pesar de ello, en el acto central en memoria de los caídos de octubre realizado en el cementerio de Villa Ingenio, Luis Alfredo piensa que valió la pena la lucha del pueblo alteño en defensa del gas, pero suspira que mucha gente no haya sabido reconocer y que ya muchos ni lo recuerden.
"Me siento orgulloso de eso, pero la gente no te valora, no te toma importancia, ya se han olvidado, a veces hacemos alg=FAn acto, y son pocos los que se acuerdan y el resto nada, pero a pesar de eso, creo que ha valido la pena nuestra lucha".
Es así que luego de un breve homenaje de los familiares que exigen justicia para sus parientes victimados, comienzan a compartir un apthapi (comida comunitaria) entre todos los presentes, a nombre de los "mártires de la guerra del gas".
Afbs/ Dgav
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